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Sin duda, la parte más vívida de Libertad —que aparece simultáneamente en alemán y en una traducción al inglés muy irregular realizada por no menos de ocho traductores— son las primeras cien páginas, en las que Merkel describe su vida número uno: sus treinta y cinco años sin libertad. Recuerda la belleza espartana de su infancia en casa de su padre, un teólogo protestante de izquierdas, y su madre, una mujer de carácter firme; sus paseos por los bosques de su amada Uckermark, al noreste de Berlín, donde aún conserva una casa; y la tarea de los niños en Nochebuena de contar la historia de Navidad del Evangelio de San Lucas. A un memorable viaje a Baviera y Austria a los siete años, en el verano de 1961, le sigue la inolvidable conmoción de la construcción del Muro de Berlín, que comenzó el 13 de agosto de 1961. Desde pequeña aprende a tener cuidado con las palabras por miedo a ser denunciada ante un funcionario del partido o la Stasi. «Incluso de niños, sabíamos que no debíamos decir nada», escribe. Y más adelante: “En cualquier caso, básicamente vivíamos en dos mundos”